viernes, 25 de marzo de 2011

La primera vez

Una de las primeras veces que recuerdo haber sido consciente del individualismo fue luego de un  viaje a Mendoza. Fui con unos amigos y cometimos el error de sacar pasaje por la empresa más barata. Resultado: a mitad de camino se quedó el micro y estuvimos ocho horas varados en la ruta. Otro de los inconvenientes fue que no andaba la calefacción y durante la noche, con una temperatura que afuera estaría en los diez grados, se puso fea la cosa dentro del micro. Por el frío no pude dormir, y a la mayoría les ocurrió lo mismo. Por suerte yo tenía pantalón largo pero por ejemplo unos asientos más adelante había una chica que iba con una falda que imagino lo debe haber pasado peor que yo. Además había chicos y algunas personas mayores.
Ya durante el viaje de vuelta (con la misma empresa) el micro atravesaba el oeste argentino bajo una lluvia torrencial. Parecía que todo iba bien, pero luego de una hora comenzó a gotear dentro del micro, en el pasillo y arriba de algunos pasajeros. A mitad de la noche, el interior del micro parecia mas un tolderio que otra cosa. Y en el pasillo habia un charco que iba y venía según el chofer apretaba el freno o el acelerador. Esa noche tambien tuve suerte ya que no me molestó ninguna gotera y llegué relativamente seco.

Después del viaje estuve reflexionando y me di cuenta de que en ambas situaciones me preocupé solamente por mi comodidad y bienestar, cuando bien podría haber hecho algo, o al menos pensado en ayudar a los que estaban peor que yo.

Años mas tarde fui de campamento con varios compañeros de la facultad. Una de las noches se largó una tormenta de aquellas y a las tres de la mañana nos despertamos y nos dimos cuenta de que nuestra carpa estaba casi flotando en uno de los tantos charcos que se habían formado en la arena.
Una vez más zafé: en nuestra carpa no entró el agua y sólo tuvimos que correr la carpa a un lugar más alto. Pero otros compañeros no tuvieron la misma suerte y se inundaron.
En esos momentos afloró mi egoísmo y por un momento no quería saber nada de compartir la carpa con mas gente. Fue ahí cuando recordé lo de Mendoza y al final pude irme a dormir mojado, amontonado y cansado pero con la conciencia tranquila.

Decía el Che Guevara que las leyes del capitalismo actúan sobre la gente sin que se de cuenta. Se muestra el ejemplo del empresario multimillonario que surgió de abajo y a base de esfuerzo y sacrificio llegó a "triunfar" en la sociedad. Ese camino que muestran, por el que supuestamente se llega a la meta es solitario y es "una carrera de lobos" ya que sólo se puede llegar sobre el fracaso de otros.
Tenemos que pensar si queremos ir por ese camino, si vale la pena vivir en una sociedad donde unos pocos tengan más de lo que podrían necesitar en diez vidas y la mayoria nos saquemos los ojos por sobrevivir. Y hay que luchar todos los dias para que no nos gane el egoísmo y para ser cada día más solidarios.

domingo, 13 de marzo de 2011

Salto al tren

Era una fresca noche de verano. Las nubes en el cielo presagiaban otra de las típicas tormentas de la época. Me bajé del tren en la estación de mi barrio y me dirigí hacia el final del andén sumido en mis pensamientos.
El tren había arrancado y aceleraba lentamente. De repente algo llamó mi atención y me hizo levantar la vista: veinte o treinta metros más adelante vi una figura regordeta, de cabellos rubios y nada atlética, que corría (al menos esa era su intención) con el objetivo de alcanzar y subir al tren. Cabe aclarar que el Belgrano norte es de los trenes viejos, donde el piso del tren está un metro por arriba del andén y tiene dos escalones que hay que subir antes de acceder al interior.
Como gente experimentada en esto de viajar en tren, todos los que vimos la escena supimos de inmediato que se trataba de una empresa imposible, digna de los legendarios kamikaze de la armada imperial del Japón.
Por si fuera poco, la mujer de unos cincuenta años llevaba unos zapatos con taco que aumentaban el grado de dificultad de la acrobacia que planeaba, y encima llevaba una cartera no muy grande pero que le mantenía ocupado un brazo.
Cualquier agencia de apuestas hubiera pagado no menos de cien a uno a quien se animara a apostar por la señora.
Pero la mujer era ajena a todo sentido común y siguió su carrera hasta que con gran esfuerzo logró alcanzar el último vagón a la altura de los estribos. Era ahora o nunca ya que tan sólo un par de segundos más tarde el tren le hubiera ganado en velocidad. Pareció que el tiempo se detuvo y todos rezábamos para que desistiera de dar el salto. Pero ella no lo dudó, dió un saltito hacia los escalones a la vez que se agarraba del pasamanos como podía. Como era de esperarse no tuvo la suficiente fuerza ni el equilibrio para quedar de pie y subir. Resbaló y quedó acostada en el último peldaño de las escaleras a punto de caer abajo del tren, atada a la vida únicamente por uno de sus brazos. Fueron tres segundos que parecieron eternos y estuvimos al borde de presenciar una tragedia espantosa. Por suerte, por dios, o lo que sea, la vieja se sostuvo hasta que la ayudaron a subir.
Ya más tranquilo y luego de lanzar varios insultos al aire destinados a la señora por hacerme vivir esa situación, seguí mi camino tratando de entender por qué razón habría sido tan importante para ella tomar ese tren.

Como dijo Mao Tse Tung: nada es imposible, sólo basta con atreverse a escalar las alturas. Tal vez la vieja conocía esa frase, la interpretó literalmente y quiso escalar el tren, o tal vez no. Lo que es seguro es que se tenía una fe admirable aunque muy peligrosa.